De Smith a Schmitt

Julián Sánchez González

 

La semana que viene estaremos celebrando el 50 aniversario de la Universidad Autónoma de Madrid. Coincidiendo con la efeméride, tendremos la conferencia del 8 de junio del profesor Cencini. Como suelo fijarme en las coincidencias de aquellas cosas que nos pasan, voy a basarme en las que he vivido y las que veo para construir el siguiente relato en honor de nuestro invitado y con objeto de daros a conocer, del mejor modo que sé, su teoría económica, llamada Macroeconomía Cuántica. De la cual es, hoy por hoy, su máximo exponente tras el fallecimiento de Bernard Schmitt, su fundador, hace 4 años.


De Lugano a Londres

Cuando en septiembre de 2016, cogí un avión a Malpensa con la intención de conocer al fin en persona al profesor Cencini, me sirvió de coartada del viaje el workshop que sobre el 80 aniversario de la publicación de la Teoría General organizaba la persona que nos puso en contacto. En alguna cena o tal vez camino del restaurante o de vuelta al hotel, salió el tema de la conexión entre muchos de los mejores economistas italianos y la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Entonces, alguien señaló como una excepción a esta regla a Álvaro Cencini, quien no se había formado en Cambridge sino en la London School of Economics (LSE).

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De Minsky a Schmitt

Mi primera incursión seria en los paradigmas económicos heterodoxos fue de la mano de la hipótesis de la fragilidad financiera (HFF) de Minsky (1919-1996). No es fácil describir lo que es la HFF. Cuál es su arquitectura. Pues se trata de una visión amplísima y dialéctica. Donde el nivel de abstracción en los conceptos parece cumplir la norma de cuánto menos se vuele mucho mejor. Esto me parece que pasa, por ejemplo, en la definición «money is like corn». Tanto en cuanto qué es el dinero queda supeditado a una experiencia a posteriori. Al igual que el sustantivo inglés corn designa según el lugar que visitemos de los EEUU un cereal distinto. Aquí es cebada. Allí es trigo. Lo que haya en mí de Platón no se conformaba con esto. Es esta inquietud, o más bien la búsqueda de rellenar estos huecos lógicos que apreciaba en la HFF lo que me condujo al encuentro con un segundo enfoque heterodoxo, que es precisamente el que representa el profesor Cencini. Un viaje intelectual entre dos perspectivas metodológicas contrapuestas. La una y la otra son, a mi manera de ver, tierra y cielo: el Yin y el Yang de la Economía Política Alternativa. Porque si el primero es empirista e institucional, continuador de la tradición fundada en la experiencia del estoicismo romano. El segundo es lo contrario: realista y conceptual, riguroso en sus fundamentos y, tal vez por esto de muy difícil acceso para el lego. Siguiendo con la tipología de Sheila C. Dow, esta segunda casilla contraria a la del estoicismo romano a la que me acabo de referir es el método cartesiano.

Lo primero que leí de Schmitt (1929-2014) fue una refutación de la teoría neoclásica de los precios relativos. Sólo ya el tema en sí me parece ilustrativo de la solidez teórica de la Escuela de Dijon. En la cual se establece que es absurdo que mercancías heterogéneas como hierro y trigo puedan transformarse en magnitudes homogéneas porque sus propietarios quieran intercambiarlas por su utilidad y, por consiguiente, que sea suficiente que haya una oferta y una demanda de trigo o hierro para determinar sus valores de cambio. Tampoco es menos sintomático del carácter de esta variante franco-italiana del circuito, el tipo de análisis crítico que hacen al mainstream. Desde que leí este trabajo de su fundador, los ataques del resto de economistas heterodoxos al árbol de la ciencia neoclásico me parecieron consistir en podar aquí y allá esta o aquella rama; sin parecer saber o tal vez incluso con la esperanza de que crecerían al poco tiempo; siguiéndose así el juego académico de la réplica y contra-réplica ad æternum. Lo que hacía Bernard Schmitt me pareció totalmente diferente: de un tajo le cortaba las raíces.

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Del Núcleo a la Corona

En Inflation, Chômage et Malformations du Capital: Macroéconomie Quantique (1984) encontramos una afirmación sorprendente sobre el tamaño relativo que, según las cantidades de trabajo que empleen, podrían alcanzar los diferentes sectores productivos. Además, según sea la relación del dinero-ingreso con la producción, la economía se divide en un núcleo y una corona. En el núcleo encontramos una equivalencia perfecta entre dinero-ingreso y producto. El núcleo constituye, pues, el ámbito del dinero pleno de una economía. Es el cuerpo económico sano. Mientras que la corona es una excrecencia que da lugar a una suma de dinero que no corresponde ya con la producción de bienes y servicios que pertenecen a esa corona, siendo, por tanto, en relación a su gasto efectivo en las producciones del núcleo, un dinero e ingreso inflacionista, vacío y sin contenido; y a la vez, tanto en cuanto no es un gasto de y sobre la corona, provoca el paro de los trabajadores empleados por las producciones de esta corona. Se entiende ahora el título de este libro: la corona es una malformación del capital que causa simultáneamente inflación y desempleo. Por esto, el capitalismo es, según este punto de vista, aquel sistema económico que genera una corona. Es decir, aquel que, con el paso del tiempo, a su núcleo le sale una corona. Por ello, la Economía Política de la cuántica establece que si lográramos erradicar la corona desaparecería tanto este régimen de acumulación como sus patologías típicas: la inflación y el desempleo. Téngase en cuenta que, para más inri, el capital es una fuerza impersonal. No es la empresa a la que siempre puede dársele una dimensión personal a través de sus directivos o accionistas. Este poder es una «no-persona» que expropia a todas las clases sociales.

La equivalencia de tamaño se da, por un lado, en el interior del núcleo entre los sectores productivos que lo forman. Pues, los bienes no salariales producidos dentro del ámbito sano de la economía, es decir, el núcleo, que se adscriben al capital nunca puede ser ni emplear a más de la mitad de los trabajadores del núcleo. Si esto es así, en el «Spätkapitalismus» ha de aparecer una contradicción entre, por un lado, el tamaño y poder cada vez más grande de esta «no-persona» y, por otro lado, el tope que hemos dicho existe dentro del núcleo para la producción de bienes no salariales, que son aquellos de los que puede apropiarse. Su potencia apropiadora va mermando, su impotencia aumentado, y ha de comenzar su labor expropiadora. El capital que se ha vuelto patológico ha de pasar, en conclusión, de la producción en el núcleo a la producción en la corona. En este justo momento, ya presenta una malformación.

Esta ley presenta una similitud con la teoría de la caída de la tasa de beneficios marxista y el «squeezing» de los beneficios que, para Marglin y Bhadhuri, supuso el fin del «Golden Age of Capitalism». Desde luego, ante una situación así de limitación estructural al crecimiento de los beneficios, no cabe esperar otra cosa que un momento Minsky, es decir, un deterioro de la fragilidad de la estructura financiera. Pues, ante la incapacidad de las fuentes ordinarias de ingresos para cubrir los pagos contractuales de la deuda, se apela cada vez en mayor proporción a los extraordinarios como la venta de títulos financieros de todo tipo. En este presente desolador, el agente minskyano (representado por su balance como cualquier banco) no tiene más remedio que echar toda la carne de los activos heredados del pasado feliz en el asador de su revalorización futura con una esperanza desesperada. En la fase madura del movimiento dialéctico y genuinamente macroeconómico previsto por la HFF, sólo la especulación evita la insolvencia, la iliquidez, y, en definitiva, la crisis financiera y el colapso del sistema en su conjunto. La inestabilidad financiera en Minsky es sistémica y macroeconómica desde el momento en que no da igual ser el único inversor loco entre una muchedumbre de inversores cuerdos que al revés. Y porque el riesgo financiero es tanto más contagioso cuanto más tranquilo esté Wall Street. Es el todo quien explica la conducta y el destino fatal de las partes y no a la inversa.

Y a pesar de lo que acabamos de decir, no obstante, el esquema de Schmitt aporta un plus tanto a la escuela marxista como a la post-Keynesiana en este punto de la determinación del beneficio empresarial o el reparto del excedente económico. Pues, el problema no es tanto el límite del beneficio como el recurso del capital a la corona para sobrevivir y crecer. Y aquí también Schmitt establece un tope. La corona no puede emplear más de 1/3 del trabajo.

Alguna vez, le he comentado al profesor Cencini, en relación a la complejidad de esta teoría macro-cuántica del núcleo y la corona, si Schmitt no estaría dando por supuesto en sus lectores el conocimiento de la obra de Marx. Pensemos por ejemplo en los esquemas de reproducción del tomo II de su obra magna. A lo que él me respondió que, entre los clásicos, la admiración de Schmitt recae más en Ricardo que en Marx. Lo que es también cierto para Cencini, a quien debemos considerar un experto en la obra del «príncipe de los economistas», término que emplea para referirse a él en los Elementi di Macroeconomía Monetaria (a partir de ahora, Elementi). Donde además explica por qué la teoría monetaria de Ricardo no es monetarista como la de Hume, Thornton o Malthus, sino que es la misma que manejara Smith o Marx. Una posición muy favorable la que mantiene Álvaro Cencini respecto a la teoría monetaria ricardiana que contrasta con la opinión negativa que expresa, por ejemplo, Anwar Shaikh en su crítica de la teoría ricardiana de la ventaja comparativa.


Del Flujo al Stock

Graziani explica muy bien cómo el oxímoron «demanda de dinero» llevó al traste el concepto original de dinero vehicular, esto es, al dinero flujo. La recuperación de la idea perdida del dinero vehicular que dan los cuánticos me resulta satisfactoria. En efecto, como sabía Adam Smith, el dinero es la rueda que hace circular los bienes y servicios producidos. La rueda no es ningún bien ni ningún servicio de la economía. No puede ser demandada en el sentido que acumulamos depósitos bancarios o inmuebles. Y no lo es porque es un mero artificio contable. Su materia prima es la inmaterial de la partida doble. Cencini no se cansa de recalcar que «partida doble» no es, en absoluto, el aspecto dual de la mercancía que según se vea desde quien la adquiere o quien la entrega es compra y es venta a la vez. Esto es, el hecho trivial de que si alguien compra es que alguien vende. A esta obviedad, el autor de los Elementi lo denomina «partida simple». Por partida doble ha de entenderse, por el contrario, que todo aquel que compra simultáneamente vende y viceversa. Y que el dinero vehicular describe siempre un movimiento ondular o circuito. O sea, que por partida doble además debemos saber que el dinero se crea y se destruye en y para cada uno de los dos individuos que participan en la transacción. Nunca hay una transmisión del dinero sino una «emisión». Esto es, su creación y su destrucción es instantánea por parte del banco emisor. Así, por ejemplo, el vendedor de frutas recibe una suma de dinero, pero se le quita inmediatamente cuando compra el depósito bancario que es un título sobre la producción corriente, y en este sentido, un activo real. Se establece, pues, una distinción nítida entre el dinero vehicular y flujo instantáneo respecto al depósito bancario-dinero stock o ingreso.

La medida en Economía es el tema central de la Escuela de Dijon. Una investigación que desde los clásicos nadie ha podido retomar sin morir en el intento. Para muestra este botón: sin medida, dice Schmitt, no hay Ciencia Económica. En los Elementi, se incide en la misma idea cuando se nos dice que debe haber (instituirse) un espacio económico genuino donde se coloquen todos los objetos físicos heterogéneos (las mercancías) de tal modo que sobre tal escenario mágico se transformen, por fin, en valores de cambio, esto es, en bienes homogéneos y comparables entre sí, es decir, medibles. Se aprecia en este punto una continuación de la reflexión de Ricardo sobre el carácter absoluto del valor económico. La percepción ricardiana de que el valor económico trascendía de cualquier mercancía que como el oro pudiera usarse como símbolo de dicho valor. Schmitt da una solución al problema del valor de cambio y del cómo lograr que trascienda del soporte físico o del contenido subjetivo y psicológico de la realidad que se quiere medir a través de su definición del intercambio económico en términos «absolutos». Es decir, expulsando de la investigación económica al trueque. Pues, para él, éste sólo es un transporte físico de valores de uso (objetos heterogéneos inconmensurables), pero no un verdadero intercambio económico. Por esto, define la Macroeconomía como la única Ciencia Económica posible, pues es la única fundada sobre «los intercambios absolutos» de lo producido. Es más, el valor de uso es lo opuesto a la mercancía y al valor de cambio que la caracteriza. Lo cual a su vez implica que la medición es anterior al intercambio. Está dada ya antes de que las producciones entren en la esfera de la circulación. Como conocían los mejores autores clásicos, y desde luego Marx entre ellos, las mercancías ya están medidas cuando se presentan en los mercados. Es decir, van vestidas de valor antes de ponerse en venta. Pues es falso que la masa de dinero sea algo independiente y diferente de la masa de mercancías heterogéneas carentes de precio. Sólo de pensar en la fantasía monetarista y neoclásica, tan vieja como desagradable, en la que aparece un montón de oro (=dinero) por un lado y un montón de zapatos, clavos, muebles (=valores de uso) por el otro, independientes ambos montones entre sí, a Marx le dolía la cabeza. Y a Schmitt le dolería más si cabe que a Marx la suya si imaginara tal atrocidad lógica.

La intención de Schmitt puede interpretarse en los mismos términos que San Agustín declarara el anhelo último de cualquier cristiano, salvando claro está la distancia de altura entre Religión y Ciencia, como el regreso a la «la casa del Padre». Para él es Dios, para los economistas heterodoxos, con todas las matizaciones imprescindibles, sería Smith. Abandonaríamos así el purgatorio que ha supuesto el periodo neoclásico. Y recuperaríamos la idea de los clásicos de que el valor se genera en la producción y no en el intercambio. Pero el valor de cambio no se asociaría directamente con el trabajo sustancial que se pueda concretar en los productos que a él se deban sino con el salario que reciba por la producción que realiza.

 

De Karl a Keynes

La trilogía de las falsas mercancías de Karl Polanyi, a saber, tierra, trabajo y dinero, puede servirnos de marco de referencia para explicar el carácter patológico del dinero internacional denunciado en la teoría monetaria cuántica. Pues, como la falsa moneda de la copla que de mano en mano va sin que nadie se la queda, pierde su autenticidad desde el momento en que sale de su país natal. El dinero precisa para tener contenido, para ser ingreso, una conexión ineludible con la producción. Y viceversa. Toda producción es monetaria y, por consiguiente, tiene como prerrequisito un sistema bancario soberano. Esto es, la economía nacional es una economía monetaria de producción. Por consiguiente, de entrada y sin más, sólo cabe hablar de dinero pleno, con contenido real, y vehicular, para el ámbito nacional. No así para la economía internacional. Radicalmente distinta a la nacional al ser un ámbito de intercambio de cosas ya creadas o existentes por y en las naciones e incapaz, por tanto, de crear por sí misma dinero pleno. Empecemos por lo que es obvio para todo el mundo menos para los economistas neoclásicos. Nos referimos al hecho de que, como recoge La Gran Transformación, «token money, whether bank or fiat, cannot circulate on foreign soil». En efecto, como establece el circuito en un plano más general, el dinero sigue a raja tabla el verso de Karl Kraus «la meta es el origen». Que significa que la moneda nunca pueda abandonar el sistema bancario que lo emite y, por consiguiente, como dice Polanyi, tampoco el territorio donde se emplea. Si a esto le sumamos que el dinero no gira como los planetas. Sino que es una criatura. Aparece y desaparece sin cesar como el «aquí y ahora» va y viene en nuestra mente. ¿Qué es entonces ese dinero internacional que parece inmortal y duerme en los bancos offshore?  He aquí la primera señal del carácter contra-natura de un dólar que desde Londres a Singapur infla la burbuja especulativa internacional (BEI): es apátrida.

Esta investigación de lo que implica el pago de la deuda externa en relación al régimen monetario internacional bajo el cual se efectúe es una extensión de la que fuera bautizada por Keynes como «The Transfer Problem». Así se explica en los Elementi. Dada la naturaleza del dinero bancario y la lógica que impone la partida doble, no se puede realizar ningún pago al extranjero sin que al mismo tiempo de que se disponga de la cuantía apropiada de ingreso interno no se movilice a otro ingreso externo equivalente. Es evidente que todo pago unilateral (unrequited) de un país a otro, y las reparaciones de guerra lo son, pero también, como señala Cencini, lo es el pago de interés de la deuda externa y las importaciones netas, es por definición antinatural. En el sentido de que va en contra de la exigencia lógica y contable del pago internacional que acabamos de mencionar. Que esta contradicción no se convierta en una patología sólo es posible si hay instituciones monetarias que resuelvan el problema, es decir, que comprendan antes la cuestión de la transferencia a la que nos enfrentamos en el comercio entre naciones. Como eso no es así, el resultado es el que intuyó Keynes tendría para la paz el Tratado de Versalles y que es precisamente el tema del que nos hablará la semana que viene el profesor Cencini: tales pagos unilaterales entrañan un sobrecoste injusto para el país que lo realiza. Cuya erradicación requiere que el sistema de pagos internacional cree las condiciones precisas para vehicular los pagos de carácter unilateral entre las naciones. Esto es, el sistema debe garantizar que todo pago transfronterizo lleve con certeza un contenido real. Que no sea un dinero vacío y causante de daños para el conjunto de países.

Señalaré a continuación unos retazos del razonamiento que determina que el sobrecoste de, por ejemplo, el pago de los intereses por deuda externa es calculable: se duplica respecto al inicialmente previsto. Como sabemos, el individuo que paga intereses sacrifica su ingreso nacional. Pero para pagar en divisas, esto no basta, es necesario, como hemos dicho, que su país se haga con un ingreso del país donde residen los acreedores. Lo que de manera inmediata se logra por la venta de títulos a extranjeros. La cual no sería ningún problema si no fuera porque este pago de divisas hechas por el país endeudado a su acreedor acaba afectando de modo inesperado a las divisas procedentes de importaciones que el país acreedor realizaba (antes del pago de intereses). Es decir, para el país deudor cómo un todo se produce una pérdida neta de divisas que le pertenecían anteriormente sin que se haya mermado en absoluto sus exportaciones. Esta caída en la disponibilidad de divisas en el país que sirve una deuda externa, debida exclusivamente al servicio de la deuda externa, es un fenómeno macroeconómico.

El pago de los intereses es patológico tanto en cuanto el país acreedor logra injustamente del país con él endeudado la entrega de bienes y servicios reales sin que por ello deba pagarle nada. Dándose el contrasentido de que el país exportador paga al importador sus compras y no al revés. Se abre así una brecha del doble de la prevista entre los pagos en divisas que ha de hacer el país y las divisas que logra recibir del exterior. Por todo lo cual, es esta pérdida de divisas por las exportaciones que se efectúan pero que se no se cobran la que aumenta la cuantía final de los pagos unilaterales o intereses de cualquier país afectado por esta injusticia. El olfato de Keynes percibió que algo apestaba en la Dinamarca de los pagos internacionales. Con las gafas teóricas que nos procura la Macroeconomía Cuántica, como nos explicará el profesor Cencini este 8 de junio, hoy podemos afirmar que J. M. Keynes estaba en lo cierto. La deuda impuesta a Alemania en Versalles tras la 1GM era mucho mayor de lo que estaba escrito. Alemania aprendió bien la lección, desde entonces se ha convertido en una potencia mercantilista sin parangón. Pero, ¿qué hemos aprendido a este respecto el resto de naciones?

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