La República del dinero

Julián Sánchez

And Covenants, without the Sword, are but Words, and of no strength to secure a man at all. [Leviatán, Hobbes (1651)]

Tal vez sea el binomio D-D, Democracia y Dinero, el meollo de la Economía Política. Me refiero a la relación o a la contradicción entre dinero y poder. Entre economía y libertad pública. Donde el primero se refiere a lo privado, a la antigua casa (oikos). Y el segundo término, a lo público, que es el lugar donde, según Hannah Arendt, habita la única libertad que nace de una igualdad afortunada porque se da entre los miembros de la «polis» sin menoscabo de su pluralidad natural y de las diferencias de clase que hubiere en su sociedad. Esta misma autora, ha dado cuenta del temor de los guardianes de la República ante el auge imparable de los burgueses y capitalistas en todos los ámbitos del mundo moderno desde sus orígenes renacentistas. Recién constituido los Estados Unidos de Norteamérica, Hamilton comprendió que el capitalismo incipiente y pujante era una amenaza seria para las instituciones políticas salidas de aquella Revolución. Y de un modo análogo, estadistas como Clemenceau o Gladstone sintieron lo mismo cuando la necesidad de expansión mundial del capital francés y británico impuso a la Democracia la construcción del Imperio; poniendo así contra las cuerdas a los Estados-Nación que ellos defendían. Si para Karl Polanyi (1944) la Sociedad se escuda tras el Estado del ataque del Sistema de Mercado Autorregulado, al que hoy llamaríamos la Distopía Neoliberal, para la autora de La Condición Humana (1958), lo que haya de República en el Estado puede verse muy dañado en el fragor de la batalla. Creo que, al hilo de estos pensamientos de Arendt y Polanyi, en cualquier propuesta alternativa a las finanzas públicas prudentes, como es el libro que vamos a comentar a continuación, debe tenerse en cuenta de cabo a rabo cómo afectaría y como le afectaría el choque entre las tres esferas: República, Dinero y Sociedad.  

La Moneda del Pueblo es un libro de Stuart Medina Miltimore publicado en 2017 por El Viejo Topo. En él, su autor nos invita a una reflexión sobre cómo se encuentra en estos momentos la partida del juego por controlar o disponer del poder económico del Estado. El fenómeno al que llevan y del que salen la mayoría de los análisis de Stuart es el reventón del euro y las políticas de austeridad que le siguieron. Como se explica desde la Teoría Monetaria Moderna (TMM), que es el punto de vista adoptado en este libro por su autor, el euro es sobre todo un mecanismo burdo diseñado sobre una concepción falsa del dinero que conduce al fracaso financiero del Estado.

Por descontado, los postulados de la TMM escapan a la visión económica canónica en todo. Este enfoque económico heterodoxo se enfrenta, por ejemplo, a los prejuicios y a los miedos de la mayoría de la población en dos puntos políticamente tan sensibles como son los impuestos y la inflación. Nada asusta más a un republicano norteamericano que los impuestos. En su ideología, son un robo. La City, Wall Street y el Bundesbank son enemigos declarados del «partido de la inflación». Félix Somary usaba este término para demonizar a quienes, en pleno caos del 29, cuestionaban que los depósitos bancarios fueran el recurso del cual venía el crédito. Se iba haciendo más fuerte la contestación heterodoxa a la concepción de los banqueros. Pues, a diferencia de éstos, el «partido de la inflación» consideraba que era el crédito bancario el que generaba los depósitos a la vista. Abandonando así el multiplicador monetario de las reservas. Y con él, la idea de que el banco debía antes de nada disponer de un depósito para después dar el crédito. Inversión de la Naturaleza. Anatema. Escándalo. Sólo el pensar en esa posibilidad anticanónica de que fueran los propios bancos quienes creaban el dinero, ponía los pelos de punta a banqueros suizos como el cuervo de Zurich. Hay que saltar de enfoque económico, por consiguiente, tanto para comprender como para criticar la propuesta que nos trae Stuart ahora a examen. Propongo como líneas de demarcación entre el enfoque canónico y el heterodoxo las tres siguientes que presento a modo de tabla.

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 Los economistas de la TMM razonan sobre todo dentro de la lógica del dinero endógeno (Minsky) y de la acumulación con desempleo (Kalecki). En este sentido, forman parte de la Escuela Post-keynesiana en Economía. Pero no a todos los postkeynesianos cabe incluirlos en la TMM. Así, Thomas Palley y Marc Lavoie opinan que la TMM carece de una teoría de la inflación convincente. No obstante, Lavoie incluye esta teoría en su Manual de Economía Post-keynesiana como un fundamento más de dicha escuela (2014). El programa de trabajo garantizado, pieza clave de la TMM, no es compartido por Paul Davidson. Ahora bien, los amigos que la defienden no son de menos talla que los amigos que la critican. Pensemos, por ejemplo, en Randall Wray, Bill Mitchell o Pavlina Tcherneva. Estos dos últimos autores nos han visitado y sus conferencias, desarrolladas dentro de las actividades de GREPA, pueden verse en los videos colgados en nuestra web (www.grepa.es). En España, tenemos excelentes economistas como Stuart o Eduardo Garzón que están llevando a cabo una labor de divulgación e investigación digna de encomio.  

La pregunta escandalosa sería esta. ¿Si los bancos no esperan a los depósitos para dar crédito a terceros, no podría el Estado, como aquellos, disponer de dinero (= dar crédito a terceros) sin esperar tampoco a que le llegue antes ese derecho bien por los impuestos o bien cedidos por la banca privada (=mercados)? Si damos un sí por respuesta, estamos de acuerdo con la TMM. Si la respuesta es negativa, estaríamos de acuerdo con el canon hoy vigente. Si bien la política monetaria conservadora en este delicado punto no es tanto decir que no a nuestra pregunta como propiciar cuantas condiciones sean necesarias en la realidad para que la respuesta sea que no. El euro y sus políticas de austeridad, el patrón oro y la deflación por desempleo o las dolarizaciones latinoamericanas con sus corralitos y ataques especulativos contra las monedas nacionales, son resultados lógicos y condiciones de existencia del no: de la negación de la soberanía monetaria de las naciones. Nos hallaríamos, pues, ante la siguiente disyuntiva. Son o no son. Son o no son los impuestos el recurso ordinario del Estado para gastar, como los salarios lo son para los trabajadores, las rentas para los propietarios y los beneficios para las empresas, y es o no es verdad, por tanto, que, si se quiere gastar por encima de los impuestos obtenidos, el Tesoro que ha vaciado las arcas públicas deberá antes de nada procurarse una suma adicional de dinero extraordinaria, es decir, procedente de una fuente distinta a los impuestos. Que no puede ser otra que la emisión de deuda pública (=captación de ahorro privado). En este sentido, «La Moneda del Pueblo» sería una de las vías que nos encontraremos en esta encrucijada metafórica del dinero. Este libro es la guía turística que nos invita a pasear por ella: a tomar la otra ruta.

La Historia está llena de episodios extraordinarios debidos a los impuestos, la deuda y el gasto públicos. Madame Staël en sus «Consideraciones sobre la Revolución Francesa» cuenta que su padre, Monsieur Necker, ministro de Hacienda de Luis XVI, era un sabio de las finanzas públicas. Para él, lo más importante era ganarse la confianza de las grandes fortunas francesas y extranjeras a la hora de colocar la deuda pública de la Monarquía. No sólo Madame Staël sino también Casanova en sus famosas memorias nos informan del increíble e inmoral despilfarro que había detrás de aquel gasto de los monarcas absolutos. La Revolución Americana es una rebelión de las colonias por un impuesto al té sobre el que no fueron consultadas. La Revolución Francesa comienza cuando el rey convoca a los Estados Generales para hablar de un único asunto: los impuestos. No se reunían desde hacía siglos. Monsieur Necker en absoluto compartía la decisión regia, pero en aquel momento una conspiración lo mantenía fuera del poder. Es curioso señalar que, en un momento en que Francia requirió dinero, fuera el propio ministro de Hacienda quien lo prestara a la Corona. Su hija sólo lo recuperaría tras la caída de Napoleón.  

Muy distinto del parecer de Necker fue Abba P. Lerner, quién formuló el principio de las finanzas funcionales en «La Economía del Control» (1944). Que luego adoptaría la TMM. Según el cual, el gasto público debe juzgarse por el desempeño de una función, a saber, mantener tan elevada la tasa de actividad económica del país como sea necesaria para alcanzar el pleno empleo. Esto exige liberar el gasto público tanto de los impuestos como de la existencia y captación por el Estado de un ahorro ex-ante del sector privado (=circuito horizontal). Una de las potencias del dinero es precisamente la de permitir gastos (el de inversión puede ser uno de estos) que es anterior al ahorro gracias a la creación ex-novo de poder de compra. En este punto, el cartalismo moderno presenta afinidad con visiones del desarrollo capitalista de autores tan apreciados en la Economía Heterodoxa como el austríaco Schumpeter (1911) y el polaco Kalecki (1971). En este contexto teórico y práctico, no se puede aceptar, por poner un caso de extravío monetario del poder, la obsesión europea por lograr determinados objetivos de déficit y deuda pública establecidos a priori del modo más arbitrario que quepa imaginar. Como decía Charles Goodhart, miembro del Banco de Inglaterra, en una excelente máxima: «When a measure becomes a target, it ceases to be a good measure».

En lo relativo al papel que debe cumplir el Estado para estabilizar un sistema económico inestable, Minsky ejerce una influencia fundamental sobre la TMM. Pues, para la teoría de la inestabilidad o fragilidad financiera de raíz minskiana, dos son los mecanismos de estabilización del capitalismo contemporáneo. Uno, el déficit público que es el encargado de sostener los beneficios empresariales en los niveles adecuados para continuar el proceso de acumulación. El otro, la labor de prestamista de último recurso del Banco Central del que ya hablara Walter Bagehot en «Lombard Street». Que habrá de ejercerse llegado el momento de la crisis financiera, cuando se produzca la estampida, es decir, cuando los especuladores al unísono y aprisa se maten entre sí por ser el primero en deshacer sus posiciones financieras adoptadas tiempo ha. Cuando la incertidumbre radical se muestre con todo su esplendor. Cuando en la primera página del The Economist aparezca la metáfora amable del suceso: la bajamar muestra que todos los bañistas están desnudos. El deseo por el dinero será universal llegado el «Momento Minsky». Y el mercado no hará nada por satisfacerlo. Al contrario, empeorará las cosas.

Si mi limpiabotas, decía el padre de J.F.K, mientras me presta sus servicios en plena calle, me habla de cuánto gana gracias a sus inversiones en bolsa y que en nada será millonario, es que ya va siendo la hora de vender todas mis acciones y hacer caja. Irving Fisher, tras el batacazo del 29, donde lo perdió todo, abjuró de su creencia en el equilibrio económico. ¡Dios mío! Si la barca ha volcado, cuál será el bamboleo de las olas que la lleve de nuevo a su posición de equilibrio, decía en su gran artículo de 1933. Keynes da tantas y tan buenas figuras literarias de lo que es el mercado cuando le llega el momento de la verdad. Pues en las últimas fases del desarrollo de un proceso es cuando se nos revela su auténtico carácter. Decía Walter Benjamin, gran crítico del Arte, que el Rococó era la esencia del Barroco. De la Teoría General, tal vez la metáfora más conocida y citada sea la del torbellino formado por las burbujas de los especuladores que, en una piscina imaginaria inicialmente en calma, termina por absorber a cualquier burbuja inversora sensata que hubiera sobrevivido en la mitad de la euforia financiera. Para la vorágine por la liquidez, utilizó una imagen que me parece muy romántica: todo el mundo ha enloquecido y quieren poseer (en exclusiva) la luna. Pero, quién la vende entonces. ¡Ay, llegó a escribir en la Teoría General, si el dinero fuera como el queso verde y tuviéramos esa fábrica! Augusto Graziani considera que a lo que se refiere aquí Keynes es a la más que segura negativa de los Bancos Centrales a tolerar un aumento exorbitado de sus pasivos. Las reglas del juego del Patrón Oro no lo permitirían, y los prejuicios o preferencias por el mal del desempleo frente al mal de la inflación explicarían la conducta imprudente de los responsables de la política monetaria.

Veo también en este trabajo de Stuart un ensayo de persuasión típicamente keynesiano. El ganar al contrario argumentando es una práctica imprescindible en cualquier sociedad democrática que se precie. Y las democracias anglosajonas, donde hay que convencer y no vencer, lo practican desde muy temprano. Stuart nos ofrece en su libro un muy buen ejemplo del género. Salpica el texto a discreción, un placer para quien lee, con múltiples figuras y metáforas siempre oportunas para ilustrar o reforzar el carácter de tal o cual locura o tal o cual mentira del discurso dominante. Nos llama así la atención sobre su sin sentido y contribuye a disolver el error.

Pero volviendo al tema apuntado por Keynes en su Teoría General, si el dinero no se produce como los quesos verdes.  ¿Qué es y cómo se origina el dinero? En este punto, entra en acción la tradición cartalista y fiduciaria de Knapp e Innes. El dinero es una relación entre deudor y acreedor que no puede fundamentarse en ninguna otra cosa que no sea la palabra de la autoridad, es decir, del Estado. El dinero es poder. Implica, por tanto, la existencia de una jerarquía dentro de una sociedad que toma como valor supremo el de la reciprocidad. La forma matemática que expresa esta esencia del dinero a la que nos referimos es la contabilidad por partida doble creada por Luca Pacioli hacia el S. XIII (Cencini, 2015). La famosa T de la contabilidad, con su lado derecho y su lado izquierdo, su activo y su pasivo y su simetría expresa la dualidad del dinero. Hasta tal punto es esa su realidad, que en el mundo ella aparece con dos caras, el anverso y el reverso de la moneda. La existencia simultánea del crédito y de su doble la deuda es el sello del dinero. Es el IOU (yo te debo: I owe You) de la teoría monetaria postkeynesiana. Al menos en su origen remoto, los cartalistas creen que fue el Estado y no el Mercado quien parió al dinero. Fue así hasta que surgieron en algún momento del tiempo los bancos. La moneda, no obstante, es para la TMM una criatura del Estado con todas las de la ley, pese a quien le pese y a pesar de las apariencias. Es una idea del Estado. Este podría crear y destruir dinero como un objeto macroeconómico cualquiera. Es decir, siguiendo un circuito original, no el que sigue ahora que pide prestado de otro lugar; y, por tanto, haciendo consigo mismo un intercambio absoluto (Schmitt, 1984). Si alguna vez delegó o perdió esta potestad, bastaría con cambiar las circunstancias políticas que le quitaron esa facultad para recuperarla.

¿Cómo quedaría entonces el reparto a priori que la ortodoxia establece entre política fiscal y política monetaria si el Estado recuperara su soberanía monetaria? Según los manuales de Macroeconomía, la política fiscal sólo se ha de ocupar del déficit público; mientras que la monetaria ha de decidir sólo cuántas reservas y cuánta deuda pública habrá. Observemos como desde el criterio contrario de la TMM no sólo se invierte esa distinción sino que desaparece completamente. Pues, si el Estado crea antes el dinero en el gasto público y lo destruye con posterioridad y sin prisas en los impuestos, ¿no será, por el contrario, la «política monetaria» (esto es, aquella que decide los activos de máxima liquidez del sistema o reservas) realmente la política fiscal? Y al revés. La política fiscal es la política monetaria, es decir, la que decide el volumen de activos de reserva del sistema. Luego la «Política Monetaria» se ejecutaría desde el Tesoro y no desde el Banco Central. Démonos además cuenta de que esta concepción de la política fiscal como la auténtica política monetaria es sin duda también, como hemos señalada más arriba, un circuito monetario propio e independiente de cualquier otro de la Economía. Es esa autonomía del circuito lo que investiga y busca la TMM. Si se produce esta separación de Estado y Mercado, «la moneda del pueblo» se creará mediante el gasto público y se destruirá a través del cobro de impuestos. La TMM llama a este movimiento ondular, el circuito vertical. Al circuito bancario lo denomina circuito horizontal.  

¿Cómo se logra invertir en nuestros días la jerarquía entre estos dos circuitos hasta tal punto que desaparece el vertical y toda la política fiscal se desarrolla en el interior del circuito horizontal? La respuesta hay que buscarla en los acuerdos monetarios internacionales. El patrón oro, la dolarización o las reglas de Maastricht son un ejemplo de convenciones políticas para la erradicación de la soberanía monetaria del Estado. Por eso, como se señala en el libro, si alguien es culpable de la austeridad actual en Europa, este malo de la película no es otro que un don nadie: el diseño institucional vigente del euro. En la última crisis, los intereses de la deuda pública aumentaron hasta tal punto que fue creíble la quiebra de los estados periféricos del sur de Europa. Todos tenemos aún viva en la memoria el vergonzoso castigo a Grecia por parte de la Troika. O los estúpidos insultos a los países endeudados. Hasta el acrónimo para designarlos PIGS era en sí mismo un insulto. Sin embargo, toda la furia y la rabia de los acreedores, incluido el artículo 135 de la Constitución Española, son un contrasentido desde el momento en que nos demos cuenta de que los Estados con soberanía monetaria y no endeudados en moneda extranjera nunca pueden quebrar.

El sistema del euro ha podido sobrevivir a esta crisis, a diferencia del de Bretton Woods que se fue a pique en 1973, porque la persona al mando en el BCE permitió actuar a la Institución como un prestamista de último recurso de Bagehot y Minsky. A pesar de las convenciones y los prejuicios.  Gracias a la suerte de contar al frente de la nave con un discípulo de Federico Caffè se salvó. Pero, en algún momento habrá que salir del atolladero en que nos ha metido nuestra ignorancia. Pues va siendo cada vez más evidente que el marco monetario europeo diseñado por el neoliberalismo es perjudicial sobre todo para los países del sur de Europa. Dos son los caminos que nos presenta la TMM para escapar del euro malo. Uno, muy improbable, sería crear un nuevo soberano monetario que sustituya al derrocado. Esto es, otorgar a la Unión Europea la soberanía monetaria arrebatada a los estados nacionales. Creando unos Estados Unidos de Europa como una verdadera federación política. El euro malo sería sustituido por un euro bueno. Pero algo así, señala Stuart, requiere de un pueblo (demos) europeo que, a diferencia del poema del mozambiqueño Craveirinha (Poema do futuro cidadão), aún no existe. El segundo es recuperar la peseta. Un tema sumamente problemático pero que se discute con inteligencia en el libro. Exigiría esta salida un protocolo que aún está por escribir. Cuyo punto central sería la conversión de toda la deuda española denominada en euros españoles a pesetas y la resolución del «Problema de Transferencia» que supondría para España la obtención de euros alemanes para pagar la desmesurada deuda externa que el euro ha causado. Un gran reto, sin duda, para los economistas españoles.  

Para ir terminando, tan sólo añadir que Stuart Medina Miltimore plantea un conjunto de posibles propuestas de gasto público que si bien hoy no son posibles lo podrían ser de lograrse una recuperación de la soberanía monetaria de España. Van desde la transformación del modelo productivo, de consumo y tecnológico que el cambio climático requiere hasta la propuesta de trabajo garantizado para lograr la sociedad del pleno empleo y la igualdad de género. Nada, desde luego, de esto es factible si como siempre alguien nos recita el mantra de «no hay dinero para el pueblo». De esto y de mucho más trata este libro al que espero haberos animado a leer y estudiar.


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